A menudo los hijos se nos parecen,
y así nos dan la primera satisfacción;
ésos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.
Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.
Los niños necesitan amor y cariño desde que nacen. Desde que abren los ojos los sobreprotegemos, son seres tan pequeñitos que como dice la canción parecen de goma, y por lo tanto caemos en el error de “domesticarlos” como si fueran animales, y “imponerles” derechos. Olvidándonos del derecho propio de expresarnos libremente, decir lo que pensamos, lo que nos apetece o no hacer, etc.
Cuando crecen “nos empeñamos en dirigir sus vidas”, no les damos capacidad de decisión ni de participación en la vida real. No les oímos, no les damos tiempo para hablar, escuchar, y ser escuchados. Les imponemos nuestras propias preocupaciones como si fueran las únicas. Ellos también tienen preocupaciones y miedos propios. Hay que dejarles decidir por ellos mismos, que se equivoquen, y que aprendan a partir de su propia experiéncia, no por imposiciones.
y así nos dan la primera satisfacción;
ésos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.
Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.
Los niños necesitan amor y cariño desde que nacen. Desde que abren los ojos los sobreprotegemos, son seres tan pequeñitos que como dice la canción parecen de goma, y por lo tanto caemos en el error de “domesticarlos” como si fueran animales, y “imponerles” derechos. Olvidándonos del derecho propio de expresarnos libremente, decir lo que pensamos, lo que nos apetece o no hacer, etc.
Cuando crecen “nos empeñamos en dirigir sus vidas”, no les damos capacidad de decisión ni de participación en la vida real. No les oímos, no les damos tiempo para hablar, escuchar, y ser escuchados. Les imponemos nuestras propias preocupaciones como si fueran las únicas. Ellos también tienen preocupaciones y miedos propios. Hay que dejarles decidir por ellos mismos, que se equivoquen, y que aprendan a partir de su propia experiéncia, no por imposiciones.

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